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Uniformes - Las Falanges Griegas I
29.11.2008. 22:11
El Desarrollo Social.
En la Grecia del siglo VIII a.C. se asiste a un importante cambio en el modo de combatir, aparece la formación en falange, que mantendrá su hegemonía durante siglos. Era esta una formación que se basaba en la disciplina de los soldados que la componían, el hoplita (hombre acorazado).
Precedentes.
Anteriormente, en las batallas, destacaban las luchas individuales, siendo la aristocracia de las aldeas las que tenía el peso principal. Era la guerra una cuestión de honor y grandeza, además de poder conquistar un puñado de tierras para aumentar las propias. Eran batallas con un “código de honor”, antes de la misma se establecían las reglas por la que se iba a regir, además del lugar y la hora. Además el vencedor no se ensañaba con el vencido, nada más lejos de la realidad, este era tratado con hospitalidad griega. Este modo de lucha puede verse en la Iliada de Homero.
Surgimiento.
Poco a poco este tipo de lucha fue cambiando, en parte por los conflictos que se sucedieron con pueblos del exterior, y por otra parte por los cambios sociales que estaban teniendo lugar. Aparece el campesino-guerrero, que cada vez tiene más conciencia de su importancia. En el campo de batalla tenían el mismo valor que el aristócrata, en la ciudad demandarán derechos, que la alta clase deberá ceder. Nacen así sistemas políticos más o menos democráticos. Este hecho propiciará que el primitivo hoplita adquiriera una mayor conciencia sobre la defensa de su polis.
En Esparta, sin embargo, el hoplita no es un campesino-guerrero, sino un soldado a tiempo completo. Los espartiatas, ciudadanos de pleno derecho, estaban completamente liberados de las actividades productivas, ocupación exclusiva de los esclavos (ilotas), pero eran ellos los grandes propietarios.
Del Siglo V antes de Cristo en adelante.
Durante el siglo V a.C. se produce en Grecia un acelerado cambio del modo de ver la guerra. Las guerras que antes solo duraban una o dos estaciones (primavera-verano), ahora se convierten en duraderos conflictos que abarcan décadas. Este hecho hace que el hoplita tenga que ausentarse de su hogar durante muchos años, tiempo en el que no puede hacerse cargo de sus tierras. El Estado se ve en la obligación de pagar a los ciudadanos que iban a la guerra. Además, aunque su uso era anterior, aumenta el número de mercenarios, hombres dedicados únicamente a la guerra a cambio de una paga o la futura concesión de tierras; ya no sólo bárbaros, ahora también griegos.
El Servicio Militar.
En lo referente al servicio militar podemos distinguir dos modelos. El primero, ejemplificado por Atenas, es en el que todos los ciudadanos varones con edades comprendidas entre los 17 y los 59 años tenían que cumplir el servicio militar. Los menores de 19 años y los veteranos hacían servicios de guarnición, los demás salían de campaña. En el siglo V a.C. Atenas podría reunir unos 30.000 hoplitas.
El segundo modelo es el espartano, cuyos ciudadanos estaban exentos de tareas productivas (las tierras eran trabajadas por los esclavos, “ilotas”), dedicados plenamente al arte de la guerra. A los varones de 7 años se les separaba de de sus madres, eran agrupados por clases, e instruidos por soldados expertos. El entrenamiento era extremadamente duro, iban desnudos, para hacerlos más fuertes; su comida era sencilla, para instarlos a hurtar y hacerlos despiertos. A los 12 años, el entrenamiento se hacía mucho más duro, obligados a realizar severos trabajos y ejercicios. Alcanzaban la mayoría de edad a los 20 años, eran agrupados por edades, y aún casados, vivían en los barracones hasta los 30, pero aún después seguían comiendo en comuna. El servicio militar duraba hasta los 60 años. Para los espartanos la valentía era la mayor virtud y la cobardía la mayor ofensa. Eran los soldados más temidos de toda Grecia, y se tenía constancia de que, en el campo de batalla, cada espartano valía como varios hoplitas de cualquier otra polis. Esparta podía reunir, en el siglo V a.C., unos 8.000 soldados sin contar a los ilotas (que en los primeros tiempos solo eran porteadores), aunque este número fue descendiendo rápidamente.
El Armamento.
No se puede tener la idea equivocada de pensar que todos los habitantes de una polis servían en el ejército como hoplitas. Sólo los ciudadanos más acaudalados podían costearse el caro equipo necesario. En total, el precio de yelmo, coraza y grebas de bronce, más el escudo (hoplon), la lanza y la espada corta, ascendía a unos 100 dracmas. Esto sería lo que ganaría un obrero cualificado en un trimestre. En algunas polis, el ciudadano cuyo padre moría en batalla, el Estado le costeaba el equipo. En los primeros momentos de los hoplitas, siglos VIII y VII, iban armados con dos lanzas arrojadizas, pero más tarde fueron sustituidas por una lanza de carga y una espada corta. Toda la impedimenta en su conjunto podía a llegar a pesar unos 35 Kg., lo que hacía necesario que cada hoplita tuviera que ir acompañado de un sirviente para ayudarlo a transportarlo.
El Escudo.
Anteriormente era el escudo en forma de 8 el predominante en Grecia. Cuando los dorios llegaron al sur de de Grecia a mediados del siglo XI a.C., trajeron consigo un escudo redondo con asa central. Fue con el desarrollo cada vez más acelerado de la formación cerrada, cuando se fue modificando aquel escudo redondo. El asa central fue desplazada a un lado, y en el centro se colocó un brazalete de bronce para sujetar el escudo al antebrazo (sistema de agarre único en el Mediterráneo antiguo). Así nació el aspis, el escudo hoplita. Aunque este escudo no fue el que hizo desarrollar la falange, si que la potenció.
Estaba formado por un cuenco circular, con un borde reforzado casi plano, en total con un diámetro de unos 90-110 cm. Su construcción se hacía en láminas de madera (de unos 0,9 cm. de grosor en el centro y 1,8 cm. en los bordes), curvadas y encoladas entre sí. El interior estaba forrado en cuero, mientras que el exterior podía ir reforzado con una fina plancha de bronce (0,5 cm. de grosor como mucho). A veces se le colocaba una cortina de cuero hacia abajo con el fin de proteger las piernas de dardos y flechas. El peso total oscilaba entre los 6,5 y los 8 Kg., siendo en Esparta algo más pesado.
Debido a su gran tamaño y a la forma de asirlo, la mitad sobresalía por el lado izquierdo del guerrero. En formación cerrada, el guerrero de la izquierda protegía su lado derecho con la parte restante del compañero de su derecha. Esto contribuía aún más a reforzar la unión (no solo física sino también psicológica) entre todos los componentes de la falange hoplítica, que formaban un muro casi impenetrable.
Por su forma cóncava, el aspis era perfecto para aprovechar toda la fuerza del cuerpo para empujar hacia delante y desequilibrar al enemigo, o ayudar al compañero de alante a hacerlo.
El sistema de agarre antes descrito era más descansado, ya que el peso se distribuía entre el hombro y el antebrazo y muy poco en la muñeca; más seguro, ya que un golpe severo podría hacer caer de la mano otro escudo, pero este, al estar aferrado al antebrazo nunca se caería; y repartía mejor la fuerza de los golpes del enemigo, que ya no caían sobre la muñeca, sino sobre el antebrazo.
Pero ante tanta ventaja, también tiene ciertos inconvenientes. La movilidad del guerrero se veía seriamente limitada en el combate individual. Era extremadamente difícil de soltar, por la misma razón antes expuesta, y debía ser apoyado primero en el suelo; por lo que huir se hacía dificultoso (se tardaba mucho tiempo en soltar el escudo, mientras que solo entorpece correr con él). Además, al ser tan pesado, el brazo se cansaba con facilidad, aunque gracias a su forma, el guerrero lo podía apoyar en su hombro para sujetarlo cuando el brazo se cansaba. La rigidez en el embrazamiento del aspis provocaba que el flanco derecho de la falange quedara más desguarnecido.
Con posterioridad, ya en el siglo IV a.C., se dotó al hoplita de un escudo más ligero, la pelta, hecho de mimbre trenzado cubierto de piel de cabra u oveja, para el caso de los hoplitas, iba embrazado, y tenía una correa de cuero para sujetarlo a la espalda durante las marchas. Estas reformas fueron llevadas a cabo por el general ateniense Ifícrates, haciendo al hoplita mucho más ligero y móvil.
La Coraza.
Las protecciones corporales fueron mejorando con el tiempo, hasta llegar al siglo VIII a.C., cuando aparece la coraza de campana, nombre dado por su forma. Esta coraza, toda de bronce, se convirtió en la más habitual entre los hoplitas, hechas para ellos a medida. A costa de ser pesada (entre 15 y 20 Kg.) e incómoda (sobre todo en verano, al propiciar una gran acumulación de calor), proporcionaba una buena protección, pero solo accesible para las clases más pudientes debido a su alto coste. Constaba de un peto y un espaldar, unidos entre sí por dos proyecciones tabulares que se introducían por ranuras en el lado derecho y dos anillas en el lado izquierdo. En los hombros del peto había dos puntas que se introducían por agujeros en el espaldar. En la zona de la cadera, el borde de la coraza giraba hacia fuera, dándole un aspecto acampanado. A pesar de todo, la coraza no cubría el cuello ni el bajo abdomen; para reparar esta última deficiencia, se podía colgar del cinturón una plancha de bronce. En el interior de la coraza iba colocado un peto de lino, cuero o fieltro para evitar rozaduras con el metal, aunque esto aumentaría las dificultades de transpiración.
A partir del siglo VI a.C. se empezó a abandonar la coraza de campana, sustituyéndola por las de lino, “linothorax”, que ya eran habituales en el siglo V a.C. Este hecho se dio por la creciente incorporación de las clases menos pudientes y la mayor importancia de la movilidad. El linothorax consistía en varias capas de lino, entre 12 y 20 (algunos autores sugieren que estaban pegadas con cola animal o con algún tipo de resina flexible y endurecidas), hasta tener una dureza adecuada. La parte inferior iba cortada a tiras para facilitar su transporte enrollándola; por dentro, una segunda capa, también a tiras, cubría los resquicios que dejaba la primera. El linothorax se enrollaba alrededor del cuerpo, fijándose por el lado izquierdo y por los hombros, abatiendo hacia adelante la pieza en forma de U que había fijada a la espalda. A veces, estos linothorax iban reforzados con placas de bronce cosidas. Aunque no ofrecía tanta protección como la coraza de bronce, tenía las ventajas de precio, peso, flexibilidad y frescura.
Durante el siglo IV a.C., en la Guerra del Peloponeso, se tuvo que llamar a filas cada vez más a propietarios menos pudientes o a propietarios empobrecidos debido a la misma. Con esto, el linothorax se hizo demasiado caro para la mayoría. Se hizo imposible para muchos costearse una coraza, o en todo caso utilizaban una muy ligera llamada spolas. No está muy claro en que consistía, si era un camisote acolchado o una piel de animal. Anteriormente había sido utilizada para ponerla debajo de la coraza de bronce y evitar así los roces.
A pesar del progresivo abandono de la coraza de campaña, el bronce no dejó de utilizarse para este tipo de protección, aunque ahora de forma mucho más elegante y cómoda. Esta es la coraza anatómica, que alcanzó su máxima popularidad en el mundo hoplita en el siglo IV a.C. Había de dos tipos: una corta, que cubría hasta la cintura; y otra larga, que también protegía el abdomen. Constaba de dos piezas, peto y espaldar, que se unía, normalmente, por los lados y los hombros, por medio de charnelas y pasadores, además de correas de cuero. Esta coraza daba una gran protección a su portador; y al estar sujeta también al torso, y no solo a los hombros, el peso se repartía mucho mejor, haciéndola más cómoda. Evidentemente, esta coraza tenía un precio muy elevado, y solo los oficiales o mercenarios veteranos podían costeársela.
Protecciones para Brazos y Piernas.
En el siglo VII a.C. se introdujo de forma general la greba de bronce (anteriormente habían sido de piel, y seguían siéndolo en otros pueblos), que protegía la parte inferior de la pierna, desde el tobillo hasta la rodilla. Eran de tipo semirrígidas, es decir, con forma anatómica, se ajustaban a la pierna no con correajes, sino como una pinza, envolviéndola gracias a la flexibilidad del bronce. Los orificios que presentan algunas de ellas no servían para sujetarlas mediante cintas de cuero a las piernas, sino para atar algún fieltro o piel protector de la pierna, para evitar rozaduras. Protegían las piernas de los ataques de proyectiles mayoritariamente; ya que el escudo por su forma y tamaño dejaba esta zona desguarnecida. Estaban construidas en láminas de bronce batido, de un grosor que oscilaba entre 1 y 2 mm. Tenían el inconveniente del peso, que hacía más lentos a los hoplitas; además, los golpes podían deformarlas. Por esto las grebas semirrígidas fueron sustituidas por otras de sujeciones de cuero, que aunque con menor protección, eran menos pesadas y permitían desprenderse de ellas más fácilmente en caso de deformación.
Las guardas de tobillo, muslo y pie fueron desapareciendo rápidamente, sobre todo las de los muslos y pies. Estas últimas podían ser articuladas o de una sola pieza. Estaban construidas en bronce, con una pieza de fieltro o piel por dentro para evitar roces. Para el siglo V a.C. ya habían desaparecido todas por completo.
Las guardas para brazos y antebrazos también existieron, realizadas en bronce, siendo más abundantes las últimas. Aunque, al igual que las de tobillo, muslo y pie, desaparecieron para el siglo V a.C.
El Casco.
Existieron gran cantidad de cascos en Grecia en los siglos que estuvo en uso el sistema hoplítico. Todos parecen proceder de dos tipos específicos: el corintio primitivo y el kegel.
El kegel, que tuvo poco éxito y desapareció a principios del siglo VII a.C., derivó en el casco ilirio primitivo, que a su vez fue evolucionando hasta el siglo V a.C.; y el insular, el cual también desapareció con prontitud.
El casco corintio fue el tipo más usado en Grecia desde el siglo VIII a.C. hasta el V a.C. Tenía forma de capacete, con perforaciones horizontales para los ojos y una horizontal para la boca y la nariz. No era demasiado pesado, unos 2 Kg., pero si muy molesto, ya que tapaba toda la cara, teniendo que soportar el soldado una gran temperatura, sobre todo en verano. Sobre él se produjo una constante evolución, se agrandaron las perforaciones para los ojos y la boca, y como resultado se añadió un protector nasal. El casco corintio se solía moldear sobre la base de una única lámina de bronce, lo que requería una gran pericia en el forjado. El grosor no era uniforme, oscilando entre los 0,75 y los 1,25 mm., alcanzando los 5 mm. en la protección nasal. El interior solía estar forrado de fieltro, con el objeto tanto de amortiguar los golpes como de evitar rozaduras en el cuero cabelludo. Este acolchado se cosía al casco, como atestiguan los pequeños agujeros en todo el borde; y más tarde se optó por pegarlo. También se utilizaron gorros de fieltro.
Al igual que ocurría con el aspis, el casco corintio era excepcional para el combate en falange, ya que proporcionaba una buena protección; pero era pésimo para el combate individual, ya que no permitía mucha visión ni audición. Por esta razón las órdenes se daban con trompetas, ya que era difícil distinguir la voz en el campo de batalla.
Para paliar las deficiencias del casco de tipo corintio, surgió el ático, con aberturas para las orejas. Y también se ideó el calcídico, que además hacía mayor el hueco para la boca. Estos cascos eran más ligeros que el corintio, contribuyendo al constante aligeramiento de la panoplia hoplita. Ya en el siglo IV a.C. los espartanos optaron por utilizar un tipo de casco cónico muy sencillo, el tipo pilos, o incluso gorros de fieltro. En la Magna Grecia, se desarrolló un nuevo casco, el italo-corintio, muy parecido al corintio, pero se llevaba echado hacia la coronilla, y pronto las aberturas para los ojos y boca se fueron haciendo tan pequeñas, que terminaron siendo simples adornos. Otra opción fue adoptar el casco de tipo tracio, que ya existía desde el siglo V a.C. Tenía un pico en la frente y carrilleras largas y puntiagudas recortadas a la altura de la boca y los ojos.
Los cascos griegos solían ir adornados con crines de caballo, que se fijaban al él mediante pasadores. Esto se mantuvo entre los siglos VIII-V a.C. Los penachos tenían además una función psicológica sobre el adversario, ya que hacían parecer más alto y peligroso a su portador. Al menos en Esparta, a partir del siglo V a.C., tuvieron las crines la función de distinguir los distintos escalafones de mando.
La Lanza.
La lanza era el arma principal del hoplita. Consistía en un astil de madera, normalmente de fresno o cornejo, con punta de hierro y una contera o regatón de bronce en la parte posterior. Medía entre los 2,2 y los 3 metros de longitud y unos 2,5 cm. de grosor, pesando entre 1 y 1,5 Kg. El agarre podía mejorarse con una cuerda fina, o un alambre de bronce, enrollada al astil, ya que el arma podía resbalar con el sudor y la sangre. El regatón tenía varias funciones: era un contrapeso de la pesada punta de hierro, para así poder sostener la lanza desde más atrás, aprovechando mejor su longitud; podía actuar como punta de emergencia si se rompía la principal, algo muy frecuente en los tremendos choques al comenzar la batalla; podía utilizarse para rematar a los enemigos heridos sin necesidad de girar el arma; y por último podía clavarse en el suelo en los momentos de descanso o en los campamentos.
En una formación de falange hoplítica, las dos primeras filas empuñaban sus lanzas por encima del hombro para golpear al enemigo en diagonal hacia abajo. Aunque también se podía blandir en horizontal a la altura de la cadera, ya que el bajo abdomen y las ingles estaban poco protegidas. Los de las filas posteriores estaban a la espera con la lanza apuntando en diagonal hacia arriba.
A principios del siglo IV a.C., el general Ifícrates, con sus reformas, dotó a sus hoplitas con unas lanzas más largas, de unos 3,5 m. de longitud. Esto se hizo posible a costa de reducir el peso del resto de la panoplia.
La Espada.
La espada (xiphos) se utilizaba una vez que la lanza se rompía, algo, como hemos dicho, muy frecuente. Era de doble filo y hoja recta, algo abultada hacia la punta. Su longitud, contando la empuñadura, no sobrepasaba los 65 cm., aunque los espartanos utilizaban una espada algo más corta. Solía llevarse colgada de un talabarte, que se sujetaba en el hombro, cruzando el pecho.
También se utilizó otro tipo de espada llamadas kopis o machaira, más popular a partir del siglo V a.C. De un solo filo y con hoja gruesa curvada hacia adentro.
La Organización.
Aunque sólo conocemos con cierta exactitud la organización en Esparta, si bien es cierto las demás polis tendieron a imitarla en todo lo posible para temas de guerra, así pues, en toda Grecia sería muy parecida.
Los hoplitas espartanos se organizaban en compañías, cada una, llamada enomotia, estaba formada por 36 hombres y era mandada por un enomotarca. Dos enomotias formaban un pentekostyes (72 hombres), mandado por un pentekonter, que era el enomotarca de la enomotia de más a la derecha. A su vez, dos pentekostyes formaban un lochos (144 hombres), la unidad táctica más pequeña del ejército, mandada por un lochargos, el primer enomotarca de la enomotia de más a la derecha. Cuatro lochoi formaban una mora (576 hombres), mandada por un polemarca, que, igualmente, era el enomotarca de la enomotia de más a la derecha. El ejército espartano constaba de 6 moras (3.456 hombres) y a su cabeza se encontraba el rey, jefe de la enomotia situada más a la derecha, el lugar de mayor honor.
El reclutamiento se hacía por grupos de edad, empezando por los más jóvenes, siendo los veteranos llamados a las armas solo en caso de extrema necesidad, y solo se ocupaban de guardar el bagaje.
El Entrenamiento.
Ya que los hoplitas combatían en formación cerrada, codo con codo con los compañeros, la disciplina y el entrenamiento eran aspectos fundamentales para alcanzar la victoria. Se les entrenaba en una serie de movimientos: “posición de descanso”, con el escudo apoyado en el muslo y la lanza en el suelo; “atención”, el hoplita levantaba el escudo, protegiéndose el torso, y levantaba la lanza apoyándola en el hombro; “en guardia”, con la lanza horizontal a la altura de la cintura y el brazo extendido hacía alante, usada para avanzar; “ataque”, con la lanza por encima de la cabeza, para cargar y atacar al enemigo; también podía adoptar la posición defensiva, agachándose detrás del gran escudo.
Evidentemente, había mucha diferencia entre los hoplitas corrientes, que solo eran guerreros en caso de necesidad, y los espartanos, nacidos con el propósito de luchar. Debido al menor entrenamiento, estos movimientos eran raros fuera de Esparta; en las demás polis se realizaban otros más sencillos.
La Instrucción.
A los hoplitas jóvenes primero se les enseñaba a marchar en fila de uno. Una vez dominado esto, se les enseñaba a marchar en varias columnas. Una enomotia de 36 hombres, que marchaba en fila de uno, se dividía en 3, siendo los jefes de fila el primero, el decimotercero y el vigésimo quinto de esos 36. La segunda y tercera columna se movían hacia la izquierda de la primera, dejando una separación de un metro entre hombre y hombre. Para formar filas de 6 hombres, todos a partir del séptimo hombre de cada una de las 3 nuevas columnas se ponían a la altura de las anteriores. Así, se formaba un bloque compacto de 6 hombres de frente por 6 de fondo.
Para deshacer la formación se procedía al mismo movimiento pero a la inversa. 1
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